15 AÑOS DE MISERABLES
Es increíble como los recuerdos reaparecen delante de los ojos, constituyendo un reflejo macabro de lo que fuimos y aunque no queramos, seguimos siendo. No me puedo olvidar del cumpleaños de los Miserables en la SCD cuando tocaron Eleven de Siniestro Total. Tampoco se me borra de la cabecita cuando parten con Declaración de Intransigencia en uno de los tantos Festipunk que inundaban Santiago en años anteriores. En esa época éramos más chicos, más tontos pero con mucho más corazón. Teníamos al mundo en nuestras manos, y lo estrujábamos, nos limpiábamos con sus proyectos y sus falsas palabras de amiguismo y fraternidad. Era mierda, siempre fue mierda. Nunca nos quisieron y nosotros, nunca los quisimos. Por eso me emociona tanto volver a ir a un concierto de los Miserables. Les dicen vendidos, rojos culiaos, vendidos de nuevo. Pero da lo mismo. Ni siquiera entraré en una defensa detallada, no vale la pena.
Siento por los parlantes tantas canciones que me acompañaron durante todos mis años de colegio: es inevitable que mis pelos se ericen de forma espontánea. Porque es mi banda sonora. Me gustaría decir nuestra, pero quedamos pocos. Las modas son tantas y el tiempo se escapa tan rápido, que los camaleones abunda. Todavía no dejan de sorprenderme. Suenan varias de Kortatu. Como nos gustaba Kortatu y gritar y gritar que Nicaragua debía ser liberada. Aunque, como tontos que éramos, no teníamos idea que la revolución sandinista ya no existía y que la derecha gobernaba desde los noventa. Vivíamos en el pasado, pero nos gustaba. Nos gustaba tanto que incluso nos enorgullecía. También suena una de la Polla. La Polla Records, Evaristo escupiendo y diciendo lo que todos sabíamos pero que nadie tenía la capacidad de decir con tanta precisión y osadía. Aupa el punk patatero, gritábamos. Y ya no existen. La identidad la roban y la procesan en poleras que pocos tienen la plata para comprar. Todo lo roban, todo lo arrebatan como si fuera plástico. Y suenan tantos clásicos que nos recordaban que la transición nunca llegó –Pisagua- y que la rabia no se va. Esa sensación de derrota siempre la supieron transmitir con tanta alegría que todavía me sigue emocionando. Grande Miserables.