
C.J, quién reemplazó a Dee Dee en el bajo el año 1989, se emocionó cuando recibió mi polera apolillada del Loco Live, el primer disco en vivo que grabó con la banda. "Mira esto, que bien", le decía a su manager, que nos miraba a todos con desconfianza. No lo culpo, ver a una veintena de fanáticos irracionales, pidiéndole que le firmaran cualquier cosa, debe ser molesto. C.J fue muy amable en todo caso. Se tomó varias fotos, webeó un poco y siguió firmando lo que fuera: desde zapatillas hasta pañoletas. No duró más de 15 minutos, pero para el puñado de ramoneros que estuvimos ahí, fue mágico.

Al igual que el 14 de agosto de 2008, el autor de I got a lot to say se presentó en Chile junto a su agrupación Bad Chopper. Pero, a diferencia de la actuación en la Rockola, esta vez interpretó sólo canciones de Ramones.
La presentación comenzó tarde. Recién a las 23.00, el manager de Bad Chopper salió a afinar los instrumentos. En medio de su procedimiento, botó al piso el bajo blanco de C.J -siendo calificado como "weón, weón" por los asistentes-. Cerca de las 23:45, Brian Costanza -quien se golpeo en la cabeza con un amplificador-, John Evicci y C.J subieron al escenario. Una cincuentena personas se acercaron al escenario, quienes, extasiados, comenzaron la algazara con el "1,2,3,4..." que le daba inicio a Blitzkrieg Bop.

Pese a esto, personalmente celebré que decidieran incluir canciones poco tocadas en vivo por los neoyorquinos, como I'm against it, Swallow my pride o Sitting in my room. Ésta última, del infravalorado Pleasant Dreams.

La interpretación, pese a su brevedad -duró 40 minutos casi exactos- tuvo momentos notables, como la acelerada Endless Vacation, que logró encender a la cincuentena de eufóricos, después de la tierna balada I wanna be your boyfriend. Por su parte, It's a long way back, dedicada "a su hermano" Dee Dee, también fue uno de esos minutos que lograron emocionarme.
En el tramo final, CJ interpretó I wanna be sedated, la infaltable Pinhead con el grito de guerra Gabba Gabba Hey -extraído de la película Freaks de 1932- y el cover de Motörhead que los neoyorquinos adoptaron como propio: R.A.M.O.N.E.S.

Personalmente, encontré que C.J realizó una gran interpretación. Pese a que lamenté que no tocara nada de Bad Chopper, - canciones como Do It To Me o Ain't No Criminal, encajaban sin problemas en medio de las canciones ramoneras-, el concierto fue impecable. La banda sonó bien. Rápida y con un repertorio, pese a lo escueto -16 canciones-, bien elegido.
Lo único que me inquietó, y que me sigue dando vueltas, es como C.J terminó tocando en una fiesta de esas características: restringida, con un público mayoritariamente indiferente y sin posibilidad de que no apitutados -salvo a la excepciones ya mencionadas- asistieran.
Sin embargo, creo que todos los que estábamos adelante salimos con una sonrisa. Porque tuvimos la posibilidad de ver a un pedacito de la banda responsable de encender la chispa que expandió el punk a nivel planetario. La misma banda que por 22 años le cantó al amor sin metáforas complicaditas cuando nadie lo hacía. La misma que revitalizó el rock cuando la mayoría de las agrupaciones estaban preocupadas de retroalimentar su ego y su "virtuosismo", dejando de lado la pasión y la energía, relegada a un plano irrelevante. Por 40 minutos, Joey pareció revivir con su puño en alto, gritando Lobotomy. Dee Dee volvió a escupir el 1,2,3,4 con su voz carrasposa. Las cuerdas aceleradas de Johnny estaban ahí, rasgueándose a toda velocidad.
Por un momento, pareció que esa imagen indeleble de los guerreros de Queens -esa que da la portada al homónimo de 1974-, con sus chaquetas de cuero, sus pantalones resquebrajados y su inquebrantable actitud: se resistía a desaparecer.
Gracias por eso C.J: hasta pronto.
Crédito fotos: Valeria Osorio