6/03/2009

C.J Ramone revivió el legado del cuarteto de Queens

"C.J, te vi el año pasado con Bad Chopper, excelente concierto", pronuncié en un inglés defectuoso, justo cuando el último bajista de los Ramones, Christopher John Ward -más conocido como C.J Ramone-, se disponía a realizar una improvisada firma de autógrafos, el pasado 30 de mayo. "Excelente, lo pasé muy bien ahí", señaló, mientras su manager lo empujaba. Eran cerca de las 18.15 en el Santiago Rockin' Arts, una especie de "fiesta" cultural en Cueto 1470, que conmemoraba los 100 años de Converse.

C.J, quién reemplazó a Dee Dee en el bajo el año 1989, se emocionó cuando recibió mi polera apolillada del Loco Live, el primer disco en vivo que grabó con la banda. "Mira esto, que bien", le decía a su manager, que nos miraba a todos con desconfianza. No lo culpo, ver a una veintena de fanáticos irracionales, pidiéndole que le firmaran cualquier cosa, debe ser molesto. C.J fue muy amable en todo caso. Se tomó varias fotos, webeó un poco y siguió firmando lo que fuera: desde zapatillas hasta pañoletas. No duró más de 15 minutos, pero para el puñado de ramoneros que estuvimos ahí, fue mágico.

Esa pequeña interacción con el ex frontman de los Gusanos, fue el primer encuentro que los ramoneros tuvimos el privilegio de presenciar en su segunda visita en menos de un año a Santiago. Privilegio, y vale la pena recalcarlo, porque el bajista tocó en el marco de una fiesta privada, al que sólo tuvieron acceso los amigos de la organización y los cerca de 70 colados afortunados, quienes logramos una entrada a través de los concursos de diversas páginas en internet.

Al igual que el 14 de agosto de 2008, el autor de I got a lot to say se presentó en Chile junto a su agrupación Bad Chopper. Pero, a diferencia de la actuación en la Rockola, esta vez interpretó sólo canciones de Ramones.

La presentación comenzó tarde. Recién a las 23.00, el manager de Bad Chopper salió a afinar los instrumentos. En medio de su procedimiento, botó al piso el bajo blanco de C.J -siendo calificado como "weón, weón" por los asistentes-. Cerca de las 23:45, Brian Costanza -quien se golpeo en la cabeza con un amplificador-, John Evicci y C.J subieron al escenario. Una cincuentena personas se acercaron al escenario, quienes, extasiados, comenzaron la algazara con el "1,2,3,4..." que le daba inicio a Blitzkrieg Bop.

Los acordes siguieron raudos con Cretin Hop, Judy is a Punk y Commando, clásicos de la etapa setentera, que fueron interpretados fiel al registro original. Lo que lamenté, fue que C.J decidiera omitir en su repertorio la mayoria de las canciones que bajo sus ocho años en los Ramones solía interpretar, lo que, de cierta forma, le quitó cierta preponderancia a su figura.

Pese a esto, personalmente celebré que decidieran incluir canciones poco tocadas en vivo por los neoyorquinos, como I'm against it, Swallow my pride o Sitting in my room. Ésta última, del infravalorado Pleasant Dreams.

Acá cabe detenerse en algo curioso: el público. Es cierto que los fanáticos de la agrupación estábamos adelante, quienes gritamos, saltamos y esbozamos pequeños pogos en un recinto, por lo menos, equivocado. Pero la mayoría de los asistentes no tenía idea quien estaba parado arriba del escenario. Y ni siquiera les importaba. Era mejor quedarse en la barra -incluso de espaldas a los tres músicos- o intercambiar anécdotas irrelevantes, que presenciar a uno de los pocos integrantes vivos del cuarteto. En fin.

La interpretación, pese a su brevedad -duró 40 minutos casi exactos- tuvo momentos notables, como la acelerada Endless Vacation, que logró encender a la cincuentena de eufóricos, después de la tierna balada I wanna be your boyfriend. Por su parte, It's a long way back, dedicada "a su hermano" Dee Dee, también fue uno de esos minutos que lograron emocionarme.

En el tramo final, CJ interpretó I wanna be sedated, la infaltable Pinhead con el grito de guerra Gabba Gabba Hey -extraído de la película Freaks de 1932- y el cover de Motörhead que los neoyorquinos adoptaron como propio: R.A.M.O.N.E.S.

Aunque el setlist daba a entender que todavía faltaban por tocar Strength To Endure y el cover de Dylan, My Back Pages, la presentación terminó sin bis, pese a la insistencia del público -por cierto el ubicado adelante-. Los cables fueron desconectados con rapidez, poniéndole lápida al concierto.

Personalmente, encontré que C.J realizó una gran interpretación. Pese a que lamenté que no tocara nada de Bad Chopper, - canciones como Do It To Me o Ain't No Criminal, encajaban sin problemas en medio de las canciones ramoneras-, el concierto fue impecable. La banda sonó bien. Rápida y con un repertorio, pese a lo escueto -16 canciones-, bien elegido.

Lo único que me inquietó, y que me sigue dando vueltas, es como C.J terminó tocando en una fiesta de esas características: restringida, con un público mayoritariamente indiferente y sin posibilidad de que no apitutados -salvo a la excepciones ya mencionadas- asistieran.

Sin embargo, creo que todos los que estábamos adelante salimos con una sonrisa. Porque tuvimos la posibilidad de ver a un pedacito de la banda responsable de encender la chispa que expandió el punk a nivel planetario. La misma banda que por 22 años le cantó al amor sin metáforas complicaditas cuando nadie lo hacía. La misma que revitalizó el rock cuando la mayoría de las agrupaciones estaban preocupadas de retroalimentar su ego y su "virtuosismo", dejando de lado la pasión y la energía, relegada a un plano irrelevante. Por 40 minutos, Joey pareció revivir con su puño en alto, gritando Lobotomy. Dee Dee volvió a escupir el 1,2,3,4 con su voz carrasposa. Las cuerdas aceleradas de Johnny estaban ahí, rasgueándose a toda velocidad.

Por un momento, pareció que esa imagen indeleble de los guerreros de Queens -esa que da la portada al homónimo de 1974-, con sus chaquetas de cuero, sus pantalones resquebrajados y su inquebrantable actitud: se resistía a desaparecer.

Gracias por eso C.J: hasta pronto.

Crédito fotos: Valeria Osorio

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