
Eterna Inocencia ha estado presente en varios de esos intervalos. De fondo, de espectador. Mientras reí y lloré. Mientras me enamoré y soñé. Ahí estaba Eterna Inocencia, desde ese primer momento en que tuve la oportunidad de presenciarlos en vivo y empaparme con los acordes de la agrupación trasandina, un 30 de Marzo de 2002.
Más de siete años han pasado desde ese momento. Pero, pese al tiempo, las energéticas melodías y letras de la banda, renovadas y fortalecidas con sus tres últimos trabajos en estudio, siguen indelebles, vivas: sin fecha de vencimiento. Por lo menos así lo demostraron el pasado sábado, en su única presentación en Santiago durante este año.
La cita, en esta oportunidad, era a las 16.00 en el ex Club Bucarest, ahora convertido en una especie de mini sambódromo, con efusivos colores cariocas moldeando sus paredes. Sin teloneros y prometiendo un extenso recorrido por todo su repertorio, las expectativas de los cerca de 500 asistentes que repletaron el pequeño recinto, eran bastante altas.
Con una hora veinte de retraso, Eterna Inocencia subió al escenario del local, provocando la algarabería de los presentes, quienes en su mayoría corrieron rumbo a ubicaciones cercanas a los músicos.

En medio de las primeras canciones, Guille lanzó una alocución en contra del trabajo de los periodistas sensacionalistas. Enfatizando, sobre todo, en la actitud de muchos de preocuparse más en el morbo que provoca el dolor ajeno que en explicitar las condiciones que generan y perpetúan ese sufrimiento.
Posteriormente, vino el turno de "A los que se han apagado". La misma que señala que debemos terminar con el invierno y revitalizar la esperanza, tan abandonada por estos días. Gran momento. Todas y todos cantaban, saltaban y la mayoría levantaban con orgullo una de sus manos.

De repente, un asistente comenzó a realizar cánticos a favor del pueblo mapuche, los que, curiosamente, pese al alto contenido político en las letras de la banda, no generaron demasiado interés por parte del público.
Sin embargo, esas insistentes exclamaciones fueron el preludio de "Weichafe Catrileo", canción que retrata, con una sensibilidad pocas veces vista, el dolor y la tristeza que provocó en muchos, el asesinato por parte de Carabineros del joven estudiante mapuche en enero de 2008.

Cuando la banda llevaba más de 40 minutos sobre el escenario se produjo un grave problema de sonido. Desde la mitad del recinto hacia atrás, las guitarras y, sobre todo, la voz de Guille, se hicieron imperceptibles por largos minutos, situación que generó molestia y rabia en decenas de asistentes. "No se escucha, weón", pronunciaban con insistencia algunos de los presentes.

Cerca de las 18.00 se detuvo el concierto por algunos instantes, producto de los problemas de sonido evidenciados a través de insistentes "¡No se escucha!" por parte del público ubicado en la parte posterior del recinto. "Puta, nos hemos perdido la mitad de la tocata", comenzaban a refunfuñar algunos asistentes. No obstante, la pausa no debe haber durado más de cinco minutos.

Uno de los puntos más altos de la jornada ocurrió cuando interpretaron una de las canciones más emblemáticas del repertorio de la banda: "Tus zapatillas". La que fue coreada con una fuerza indescriptible.
Cabe señalar que el "stage diving", que era realizado de forma insistente en varios momentos del concierto, no sólo era ejecutado desde el diminuto escenario del recinto, sino que, de forma temeraria, al más puro estilo de la desaparecida Laberinto o el Teatro Monumental: desde el segundo piso del inmueble.

Cerca de las 18.20 volvieron los gritos ante la ausencia de sonido. Ahí las críticas se trasladaron hacia algunos de los presentes que no frenaban, pese a las palabras de Guille en varios momentos del show, de subirse al escenario.
A continuación fue el turno de "Cartago", canción contenida en el último LP de la banda, en la que realizan una analogía entre las guerras púnicas que enfrentaron a Roma y Cartago en los siglos II y III a.c y el enfrentamiento entre el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y militares argentinos en 1975, que se gatilló cuando los primeros intentaron tomar el Depósito de Arsenales "Domingo Viejobueno" en Monte Chingolo, en Buenos Aires. Esto provocó una fuerte represión posterior por parte del ejército que dejó un centenar de muertos. "¿Entendés lo que es regar para siempre la tierra con sal?", pronunciaba Guille, dándole término a la canción.

De ahí Guille muestra un regalo: una tabla de skate que dice "Eterna Inocencia". "Esta va directamente a la sala de ensayo, gracias che", pronuncia. Momento preciso para darle inicio a "Skate For Life", canción que nuevamente desató el éxtasis entre los fanáticos.
"Eh, che, ¿que acordes son los más indicados para tocar una canción punk-rocker?", pregunta Guille. El mismo se contesta "Fa, Do, Sol, La", momento en que la banda esboza un pedacito de "Bad Influence" de Fun People, canción que califican como "un clásico del punk rock latinomericano".

Después viene un set con canciones más recientes, pero que ya se han convertido en nuevos himnos del repertorio de la banda, como "Nuestras Fronteras" -una de las más celebradas-, "la Muerte Pobre", "la Resistencia" o "Sin quererlo mi alma se desangra", canción que da inicio a las Palabras y los Ríos.
Posteriormente y ya casi en el final, Guille se toma unos minutos para recordar como llegó el primer fanzine a sus manos. "Tenía que recorrer dos horas para llegar a Capital Federal a la Feria del Congreso, porque no somos de allá", señaló con un dejo de nostalgia. Ahí se le da inicio a "Congreso".
"La Feria era el lugar que rebalsaba de contra-información, que nos templó, nos forjó y nos alentó a persistir en la autogestión", pronunciaba el ya agotado vocalista, constituyéndose en una nítida declaración de principios.
Cerca de las 19.10 y con los fantasmas de los problemas de sonido aún presentes, Eterna Inocencia se disponía a interpretar las últimas canciones de su repertorio. "Chao Santiago", señalaron, mientras retumbaban los acordes de "América", la misma que pide la rebelión de los hombres sin nombre: de los que nada tienen.

En síntesis: un gran concierto. La vitalidad de la banda sigue intacta. Pese a los cambios de integrantes, a los años, a los problemas de sonido -por lo demás nunca ajenos en recitales de estas características- y a un repertorio renovado, Eterna Inocencia demostró que sigue siendo la misma banda que me deslumbró por primera vez en esa calurosa tarde de fines de marzo de 2002.
La misma que con sus acelerados acordes, con sus letras que no tienen miedo en abordar problemáticas tan variadas, que abarcan desde una desilución amorosa hasta elaborados textos en contra de regímenes despóticos, aún nos sigue emocionando. Grande E.I: hasta pronto.
Fotos: Sergio Sandoval
Crónica: Simón Pérez