10/04/2010

La magia de The Adicts pasó por Chile

The Adicts en Chile parece uno de esos momentos extraños, con pincelazos de magia, que no se repiten dos veces en la vida. Verlos en vivo formaba parte de una divagación imposible para una generación poco acostumbrada a ver en directo a leyendas británicas, más allá de algunas honrosas excepciones que han llegado por estas tierras. Su visita jamás iba a pasar: pensarlo hace 10 años era casi risible. Pero ahí estaba el pasado 9 de septiembre, en medio de 2 mil fanáticos extasiados, coreando y mimetizándome con los acordes incombustibles de esta leyenda inmortal.

Radicals y Peores de Chile

La jornada comenzó cerca de las 20.00. Mientras comenzaba a ingresar, poco a poco, los primeros asistentes, Radicals toma sus instrumentos para dar inicio a la jornada.
Con un sonido acelerado y una energía que emula a las agrupaciones inglesas de fines de los setenta, pero empapado con una lírica que aborda aspectos sociales propios de la realidad chilena, desplegaron todo su poderío por cerca de 20 minutos. La agrupación interpretó un set de 9 canciones, incluidos dos celebrados covers: "Nervous Breakdown" de Black Flag y "White Riot" de The Clash.

Pese a su actitud, energía y la valentía de continuar reapropiandose de una propuesta musical con más de 30 años, llama la atención la pésima actitud de un grupo de asiduos a los conciertos de bandas internacionales, que sólo se dedican a insultar y escupir a las bandas nacionales. Por lo menos, preocupante.
Canciones como "Deshumanizar", "Pesadillas" o "Civil Esclavo", plagadas de crítica social e ironía, fueron algunas de las canciones que retumbaron por las paredes del resucitado Teatro Novedades. Con aplausos fueron despedidos del escenario. Era el turno de Pogo y compañía.

Los Peores de Chile, ya con algo más de asistentes que comenzaban a poblar el piso reclinado del recinto, fueron los encargados de continuar con la fiesta.
La banda, que reapareció después de una dilatada separación el año pasado en Coquimbo, interpretó un sólido setlist, sólo opacado por un sonido algo débil, condicionado por un recinto que no es el más indicado para recibir recitales de esta envergadura.

"Síndrome Camboya", "Chicholina" o "Hollywood Boulevard", himnos contenidos en el clásico disco homónimo de 1994, hicieron cantar a un público que en un porcentaje mayoritario seguramente no creció escuchando las mordaces letras de Pogo, pero que pese a la distancia generacional aún respeta y reconoce en la banda a un pilar fundamental dentro del punk nacional.

Una cita con la historia

La ansiedad se apoderaba de los presentes. Después de fallidos intentos el año 2008 y 2009, por fin se convertía en realidad la esperada visita de The Adicts a Chile.

Cuando la banda pisó el escenario el Teatro Novedades ya era una caldera. 2.500 fanáticos repletaban cada uno de los espacios del primer nivel del recinto, expectantes ante la sucesión de clásicos que aún nos siguen emocionando.

Los acordes del tema principal de la Naranja Mecánica dieron la señal de que los drugos ya estaban en el escenario, desplegando todo su poderío con una magistral e inspiradora interpretación instrumental de "Ode To Joy" (el “Himno de la Alegría”). Monkey y compañía miraban atónitos, como el público chileno se rendía rápidamente a sus pies. Y no es un decir: basta ver los aburridos y monótonos conciertos europeos, en donde la audiencia parece estar presenciando música clásica y no un recital de estridente punk-rock.

Las gargantas se convirtieron una sola mientras la agrupación formada en 1979 interpretaba la primera lluvia de clásicos, como “Joker in the Pack”, “Easy Way Out” o “Tango”, momento en que Monkey convierte el recinto en una verdadera lluvia de colores al abrir su colorido paraguas.

Mientras los primeros 20 minutos transcurrían, una batalla campal se desarrollaba en las afueras del Teatro, en donde los típicos que buscan colarse a megarecitales se mezclaban con espectadores que pagaron sus entradas, pero que debido a la sobrerreacción de Carabineros, no pudieron ingresar. Los rastros de botellazos a la salida y un insistente y desagradable olor a "huanaco" confirmaban lo irracional e innecesario del momento.

Pero adentro todos estaban extasiados, cantando esos himnos que entrecruzan un humor casi inocentón con una crítica social barnizada con una reiterativa sensación de sospecha ante la vida y la sociedad que nos ha tocado transitar. Canciones como "Numbers", "Fuck it Up" o esas odas a un amor idealizado -a lo Ramones- como "Angel o "I'm Yours", explicitan esa ambivalencia que se manifiesta en toda la discografía de los oriundos de Ipswich.

Fueron 22 canciones, en donde clásicos como "Viva la Revolution", "Chinese Takeaway" o la notable y contagiosa "Tune in, Turn on, Drop out", que provocaron una algarabía pocas veces vista, a la altura de algunas visitas de Misfits o del monumental pogo en D.R.I el año 2002.

Personalmente, extrañé algunas canciones fundamentales de su discografía, como “How Sad” o la ausencia que consideré imperdonable: “Songs of Praise”.

Sin embargo, fue un concierto redondo. Quizás lo único que lamenté, es el recinto. El Teatro Novedades ha venido demostrando con el correr de los años no ser el lugar más adecuado para albergar eventos de gran envergadura, sobre todo por la mala acústica que posee.

Pero al final fue un detalle irrelevante, en una jornada que de principio a fin fue una fiesta.

En medio de los gritos desesperados, el pogo irracional, los saltos al ritmo de los beats de Michael 'Kid Dee' Davison, los puños levantados o la alegría espontánea de ver a una verdadera leyenda sobre un escenario a metros de distancia, hacía que todos los detalles anexos rozaran con la irrelevancia.

La voz de Alex De Large interpretando "Singin' in the Rain", el personaje ideado por Anthony Burgess, dio el fin a una jornada épica, que revivió todo ese espíritu original de los drugos londinenses (de la novela), forzados a convivir en una sociedad individualista, sin principios y autoritaria por decreto, cada día más parecida a la que tenemos en este rincón del planeta.

Porque, más allá de toda la oda a la violencia y a lo bonito de utilizar trajes blancos, la Naranja Mecánica, con el último capítulo que fue omitido de la película de Kubrick, nos invitaba a tener la capacidad de discernir y así construir nuestro propio destino, sin preocuparnos de las opiniones del resto. The Adicts son fieles herederos de ese legado. Sus magistrales composiciones, honestas y desprejuicidas, que no rehuyen de ningún recoveco de la vida, así lo confirman.







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