“¿Qué está tocando este loco?” –pronunciaba, desconcertada, la Anita, fanática de Kortatu, Skalariak y todo lo que tuviese que ver con el ska español-. Me interpeló durante minutos, a intervalos y enrabiada, buscando las causas que motivaron su presencia en ese concierto de Fermín Muguruza en el Teatro Providencia. Estaba enchuchada. “Oye, yo venía a escuchar canciones de Kortatu, ¿qué es esta mierda?” –clamaba-, con un tono seco, ofuscado. “Es su etapa solista, demás que toca algo de Kortatu o Negu Gorriak”, le dije. Por lo menos eso creía. Se calmó un poco.
Meses antes de ese sábado 15 de mayo de 2004 me habían pasado el “In-komunikazioa” (2002). Y estaba bien. No se entiende mucho lo que dice –en verdad no se entiende nada si no manejas el euskera, idioma que por cierto, no manejo-, pero tiene canciones musicalmente sólidas. Igual, Fermín no es tonto. No canta en euskera para jodernos, es una decisión política, meditada, que busca reivindicar y mantener viva la cultura vasca alrededor del orbe. Cuando él era niño, el euskera estaba prohibido en España y lo aprendió recién en su adolescencia. Mantenerlo vivo era y sigue siendo una necesidad vital, alejada, como algunos podrían pensar, de un simple capricho. Pero para hacernos la vida más fácil tenía en su sitio web –revisando ahora me doy cuenta que las mantiene- traducciones en varios idiomas de todas sus canciones.
Ahí, leyendo esos textos, pude darme cuenta de que Fermín aún mantenía viva su esencia, esa aura que nos cautivó con Kortatu. Esa que condensaba rabia, humor, irreverencia y tajantes discursos políticos, pero que también ha incorporado una sensibilidad que se escurre en medio de ese amasijo barnizado con crítica social. Canciones hermosas, como “Beti izango dugu bilbo” (“Siempre nos quedará Bilbao”), que relata un casual encuentro de una pareja que se amó en medio de las barricadas o “Lagun nazakezu?” -que es del “Brigadistak Sound System” pero da lo mismo-, una oda a la amistad, una bofetada al individualismo.
Sin embargo, en ese momento estos datos eran eso: datos de una crónica que se está escribiendo nueve años después.
Este problemático cambio de estilo que enrabiaba tanto a la Anita a mí también me desconcertó en ese momento. Esperaba canciones solistas, pero no tantas. Yo quería escuchar punk y ska acelerado, sacarme la cresta y cantar “La familia iskariote”. No pedía tanto. Y claro, no estaba preparado para una propuesta musical tan elaborada, con tanta sofisticación. ¡Mi cultura musical era nula! Ni siquiera sabía que era el dub. Lo que claro, evidencia y desenmascara una indefendible ignorancia juvenil.
No sé si hay algo de ese sentimiento de perplejidad en esta tercera visita de Fermín –primero lo hizo con Negu Gorriak en 1994 en el Manuel Plaza-, que lo tiene girando alrededor del mundo bajo el lema “No more Tour”. Fermín dice que es un juego, que quizás no es en serio. Pero puede que sí. Entonces, ante la duda, decidí volver a verlo, una vez más.
La Anita no me acompañó esta vez. Seguramente todavía estaría enojada por el repertorio que Fermín ejecutó en esta fría noche santiaguina, precedida de un diluvio breve pero devastador en Santiago. “Volvió a repetir la misma mierda”, diría ella.
Esta vez no hubo teloneros. Fermín argumentó en algunas entrevistas que por problemas “logísticos” no era factible. Le habría gustado tocar con Sandino Rockers, con quienes ha forjado una amistad en estos años o con Legua York, banda que teloneó -junto a Caballo Loco- su visita de 2004.
La tocata fue intensa. La gente bailó, cantó y se emocionó cuando aparecieron tres canciones de Kortatu –“La línea del frente”, “Etxerat” y “Sarri Sarri”- y mantuvo solemne respeto por un repertorio, que pese a no ser desconocido, no corresponden a las canciones que han conformado su mitología en este lado del orbe. No hay que engañarse, acá lo que se conoce de Fermín, masivamente, es Kortatu. Incluso, más que Negu Gorriak, banda que sí estuvo en Chile.
Sinceramente, me habría gustado que tocara más canciones de Kortatu. Pero hay que ser honestos y asumir la realidad del presente: esas canciones forman parte de un contexto, de una época, que Fermín ya no considera como propia. O sea, él fue protagonista de esos acordes, pero han pasado 25 años desde que esa banda se separó. La gente cambia, madura, crece y está bien.
Lo que ocurre, es que muchas veces estos conciertos, para muchos de nosotros, se presentan como un emotivo portal hacia el pasado, hacia la nostalgia, hacia esos momentos en donde todo era más hacedero. Donde existía la incertidumbre, la aventura, las afirmaciones categóricas, donde los enemigos eran identificables sin complicaciones y los buenos eran tus amigos. Donde primaba La Polla, Kortatu, Reincidentes, los fanzines y los parches en los morrales. Igual, algo de eso se asomaba en el Teatro Novedades. Los niños de ayer reaparecían, junto a nuevas generaciones, provenientes de diversas corrientes culturales.
De trámite, nada
Cerca de 20 canciones interpretó Fermín junto a Kontrakantxa. Partió con un homenaje al pueblo mapuche. De hecho, hizo participar arriba del escenario a representantes en dos oportunidades. Estos, en agradecimiento, le regalaron una trutruka y una bandera mapuche. Cantó “Maputxe”, tema de 1999 que grabó junto a Manu Chao. También incluyó otros guiños al país y a su cultura política, como el discurso final de Salvador Allende o referencias a los estudiantes y a Pablo Neruda. No fue un mero trámite su visita por Santiago, a diferencia de otros grupos que repiten clichés y frases armadas, sin ni siquiera saber en dónde están parados.
Sonaron, en casi dos horas de concierto, canciones como “Euskal Herria Jamaika Clash”, “Big Beñat”, “Urrun”, “In-komunikazioa” o "Dub Manifest", esta última, muy celebrada por los y las presentes. Junto a ellas, incluyó el cover de Toots and the Maytals “56-46”, que grabó originalmente con Fidel Nadal y Pablo Molina (en esa época en Lumumba y que lideraron en los noventa a Todos tus Muertos).
También aparecieron tres canciones de Negu Gorriak: “Radio Rahim”, "Gora Herria" y “Kolore Bizia”. Esta última, constituye un verdadero himno contra el fascismo, que más allá de una caricatura contra fuerzas lejanas y difusas, se han manifestado durante toda la carrera de Fermín.
Ejemplos hay varios, como la persecución que ha sufrido por algunas de sus letras, como con Negu Gorriak en el juicio propiciado por Enrique Rodríguez Galindo, un miembro de la Guardia Civil española que los acusó de difamación por la canción “Ustelkeria” (juicio que finalmente la banda ganó y que originó el regreso el 2001 en multitudinarios conciertos junto a Banda Bassotti) o las censuras que ha sufrido al ser acusado de promotor del terrorismo (algo totalmente infundado), sobre todo en su gira en conjunto con Manu Chao el 2003. Algo que, lamentablemente, se ha intensificado en España con el regreso del Partido Popular.
Pero el concierto aún no terminaba. Ahora lo veía más de cerca, propiciado porque decidieron abrir un extintor vaya a saber uno por qué. En el costado derecho del escenario presenciaba esta verdadera fiesta desatada por la Kontrakantxa. Con un notable Xabi Solano en el acordeón, robándose las miradas en la introducción de "Gora Herria" o con una inspirada versión de "La Internacional". Incluso, se dio el lujo de bajar del escenario y tocar desde el público. Sólido el también integrante de Esne Beltza.
Y ahí seguía Fermín en el escenario. Mientras una pareja de punkies malvados trataba de colarse al backstage y atemorizaba a un adolescente que rondaba los 15 años (ya que osó rozar una de sus remachadas chaquetas de cuero) y, detrás de ellos, un joven completamente alcoholizado luchaba por mantenerse en pie, aferrado a su tamboril vasco (minutos después descargó su cuerpo sobre uno de los amplificadores, acción que en estos momentos deben lamentar sus oídos), los asistentes se encontraban extasiados, compenetrándose con la encendida interpretación de “Sarri, Sarri”, ese homenaje en estilo carnaval al escritor vasco Joseba Sarrionandia, quien hasta el día de hoy se encuentra prófugo de la justicia española. Se escapó de la cárcel en 1985, mientras se realizaba un concierto del cantante Imanol Larzabal. Ha seguido escribiendo y publicando libros en la clandestinidad. Gran cierre para terminar la jornada.
Puede que haya sido la última oportunidad de ver a Fermín Muguruza en vivo. Pensando en este factor, al salir tuve sentimientos encontrados.
No por su show, que estuvo impecable. Alegre, contagioso, con un público heterogéneo y entregado completamente al espectáculo de la banda, obviando barreras idiomáticas y culturales. La premisa, muchas veces forzada, de la universalidad de la música se manifestó en su máximo esplendor. Y más allá de lo netamente musical.
Fermín tiene el mérito de hacer lo que se le dé la gana. No tiene que rendirle cuentas a nadie ni hacerse cargo de un legado sacralizado del que no se siente en la obligación de tributar. Tanto Kortatu como Negu Gorriak ya forman parte del pasado. De hecho, hace 12 años fue el concierto de despedida de “Inviernos Crudos”. Su historia solista continúa escribiéndose sin esa mochila que para muchos podría desestabilizar cualquier reinvención musical. Por eso no tiene miedo de incursionar en el hip-hop, el reggae, el dub.
Incluso, en el cine documental, dirigiendo Checkpoint Rock: Canciones desde Palestina, trabajos para Al Jazeera o el “mockumentary” Zuloak, donde relata las dificultades de un grupo de mujeres para formar una banda de rock (tocó la canción del mismo nombre en el concierto). Es un artista inquieto y eso al final se agradece.
Por ese lado todo bien.
Sin embargo, el desacople personal, propio –no hablo por nadie más- se produce en esa fractura, en ese distanciamiento con su pasado. Pareciera que pese al nexo ideológico y político presente en sus letras, el quiebre con su pasado ochentero fuera total.
Él maduró y pudo realizar la difícil misión de reinventarse. Pero yo aún sigo buscando un pasado que no presencié, pero que me marcó para siempre en esos agitados y apasionados años de adolescencia. La crítica no es con Fermín, finalmente es con uno mismo. Es reconocer que uno ya creció y pareciera que, pese a que los años siguen avanzando inquebrantables, aún cuesta reconocerlo.
Pero, más allá de dudas personales, celebro su obstinada necesidad de seguir creando, cantando y manteniendo vivo ese urgente sentimiento de inconformidad, en un mundo plagado de miseria -
no sólo material- e injusticias.
Eskerrik asko, Fermín. Hasta pronto.
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