9/30/2006

En defensa del anarquismo (Parte I)

Aunque suene raro, en medio de este consumismo desbordado, existen y existieron personas que no tenían nada en el momento de morir. Buenaventura Durruti, en 1936, entra dentro de esta categoría.

Esto no es una exageración para transformar el hecho en poesía: es real. Se cuenta que al momento de morir, su amigo Ricardo Rionda tuvo que ir en búsqueda de ropa para no enterrarlo a cuerpo descubierto. Escarbando, sus cercanos descubren que poseía una vieja maleta, en la cual aparecen sus únicas pertenencias materiales, esas que no tenían ningún valor para el soñador anarquista. Aparece unas gafas, una gorra de cuero, una camiseta, unos prismáticos, un par de zapatos y dos pistolas. Eso sería todo. No hay libros, ni dinero, ni recuerdos melancólicos. Dentro del documental “Durruti, el anarquista”, afirman que lo había dado todo, por eso no poseía nada. Algo de razón tiene esta conmovedora afirmación. Digo algo porque Durruti no es un dios, sólo un simple exponente del pensamiento libertario. Mitificarlo e endiosarlo iría en contra de su misma ideología. Y no queremos caer en eso, aunque por momentos, vaya que es difícil.

Antes de continuar, se me viene a la cabeza el documental “La memoria obstinada” de Patricio Guzmán. Es cierto, acá no habla de anarquismo ni de la idea de abolir el Estado ni de todas las jerarquías, pero sí rescata la importancia de la memoria, ese ente juguetón que se resiste a perderse entre las garras de frío olvido. Algo similar ocurre con el anarquismo en España. Aunque existan, por estos días, muchos grupos desde el underground (que manera de sonar idiota la palabra), no son suficientes como testimonio para constituir una sólida memoria histórica. Porque los cuerpos de los anarquistas desaparecieron después de la Guerra Civil española, pero no sólo se fueron pedazos de carne – incluidos los de Durruti- sino que personalidades, fuerza y sobre todo: ideas.

¿Si quisiéramos definir la personalidad de Durruti como la abordaríamos? Podríamos caer en la peligrosa trampa del mito, que nos hace creer en los dioses que en la práctica, todavía no se pueden ver.

A Durruti sí se le ve, se le persigue, por eso es tan apasionante intentar adentrase en su inquieta personalidad. Algunos, ajenos a la historia anarquista, lo definirían como un caudillo, como una especie de iluminado. En cambio, los herederos de su legado, lo reconocen como un militante confederal y, por cierto, antifascista.

Para intentar vislumbrar un juicio cercano a lo que se vivía durante los años treinta, es necesario revisar esas imágenes documentadas por los mismos anarquistas de la época. Durruti es definido como un ser humano que amaba la libertad. “Un pensamiento, un corazón: eso es Durruti” – sentencian. Esto es lo importante a destacar: se crea otro mito en torno a la imagen del anarquista, pero desde abajo, desde esos protagonistas que no salen en los libritos de Historia.

A continuación, seguiremos la cronología expuesta en la película sobre Durruti anteriormente citada. Vamos al año 1931.

En Abril, con la República ya proclamada, bajo la victoria de la izquierda republicana, los anarquistas, agrupados dentro de la CNT y la FAI rechazan de forma drástica las elecciones, proponiendo en forma abierta la abstención (lo que actualmente sería el anula con la tu..pero eso es nulo). Dentro de este contexto, Durruti sigue con la militancia ácrata siempre junto a sus infaltables amigos: Ascaso y García Oliver. Este triunvirato es conocido como “Los Solidarios”, debido a las múltiples acciones que realizaron en conjunto con el fin de propagar el ideal de la anarquía. Para profundizar en este sentido, es necesario citar a Abel Paz, el único ser humano que ha sido capaz de crear una biografía consistente del anarquista español.

A Durruti lo define como un apasionado, de una contextura alta y robusta. A pesar de esto, de su apariencia agresiva, era mucho más disciplinado dentro de las orgánicas que sus dos amigos. ¿Cómo? No entiendo. O sea, a pesar de sus propias discrepancias, por ejemplo, dentro de las asambleas, respetaba las decisiones presentes dentro de las organizaciones de carácter democrático. Por su parte, Ascaso era más anarquista, en el sentido de rebelarse y cuestionar constantemente el poder. El autor, comenta que muchas veces se oponía en contra de las decisiones efectuadas dentro de la CNT y la FAI, demostrando su descontento de forma abierta y frontal.

Cabe destacar que García Oliver sobresalía de sobremanera en la oratoria, realizando poéticos y apasionados discursos. Sin embargo, aunque duela: no prendía a nadie. Durruti, en cambio, era un pésimo orador – según Abel Paz -. Lo define como lo más alejado de un artista de palabra. No habría tenido elegancia, generando discursos masivos cortantes y bastante directos (o a martillazos, que es lo mismo). A pesar de esto, la gente celebraba el estilo de Durruti, debido a la cercanía y a la posibilidad de identificación con las ideas expuestas sin tantas complejidades.

Pero Durruti no era un líder, la única autoridad que tenía era la que le otorgaba sus intervenciones dentro de las asambleas. Porque hay que ser claros: los anarquistas no simpatizan con el culto a la personalidad. Puede que le den importancia a las personas, pero más que componentes míticos, es una preocupación por la personalidad y al compromiso individual que se tiene con la causa. Los anarquistas no aceptan el reconocimiento al líder. Siguiendo esta lógica, Durruti, siendo un anarquista auténtico, rechazaba esta especie de poder que empezaba a adquirir. No quería ser un líder.

Acá entramos en un punto interesante: ¿Qué pasa con la violencia? Durruti, dentro de las asambleas, expuso de forma reiterada esta problemática. Pero los anarquistas siempre lo enfocaron en el sentido de donde se genera y porqué. En varias de sus expresiones, se mantiene la legitimación casi voluntaria.

A pesar de que la violencia en la historia no siempre fue positiva, el problema de que las revoluciones no se hacen por decreto estaba dentro de esos convulsionados años treinta. Es similar a lo que ocurre en este extraño 2006, en donde se sataniza a jóvenes que lanzan más de algún elemento incendiario. En esa época también existía la propaganda a través de los diarios conservadores –como “La Vanguardia”- pero el nivel de propaganda no era tan grande. En esa época – y Durruti lo sabía- la violencia tenía justificación y , lo más importante, un gran apoyo popular. Sigamos.

En el mismo año, el Ministro del Interior de la República española , Miguel Macero, genera una campaña de sacar de la arena política a la FAI y a la CNT, a pesar de su gran poder (¿Les suena ley en defensa de la democracia dictada por González Videla en 1948 en contra de los comunistas? De aquí viene). Las persecuciones y las expulsiones dentro de las fábricas se hicieron cada vez más violentas. Durruti, al igual que sus compañeros de Los Solidarios, cae preso.

Pero Durruti, a pesar de todos estos complicados inconvenientes –varios ya habrían optado por el suicidio- mantenía siempre una visión optimista frente a la vida. Porque claro, seguía existiendo la violencia, la maldad, esa incapacidad de percibir que otro ser humano tiene las mismas necesidad que tú, pero Durruti continuaba teniendo dentro de si la esperanza de que mañana podría ser un día mejor. O como dicen Los Muertos de Cristo: cualquier noche puede salir el sol.

Ah, algo que se me olvidaba, ¿qué pasa con la relación de Durruti y los libros? Voy a ser preciso: Él era todo –desde bandido pasando por ateo perverso- menos un anarquista de biblioteca. Detestaba esa pedantería académica, que construye hermosas ideologías y vidas mejores, pero que son incapaces de llegar a la práctica. Su ideología se construye a través de los diálogos, de las conversaciones dentro de las asambleas, de sus experiencias en la cárcel. Durruti decía que las más hermosas teorías sólo tienen valor cuando es un fruto de las experiencias prácticas de la vida y actúan sobre ella en sentido renovador. “En España, el anarquismo está apegado a la acción, no en los libros que nadie ha leído. “No lo detengáis -al anarquismo-, ni siquiera para decirle hermosas palabras” – puede escuchársele al actor de teatro que lo interpreta en la película “Durruti, el anarquista”. Pero sigamos con la cronología.

Año 1932. En Cataluña, los obreros, dentro de las minas de potasio, eran tratados literalmente como mierda. Horarios risibles, no había derecho a descanso y ni siquiera se les permitía leer prensa obrera. Ante la impotencia y en vez de generar asesinatos selectivos bastante justificados, los trabajadores deciden esperan las propuestas de la CNT, con el fin de conseguir alguna solución. Las reflexiones que se generan en torno a esta esclavitud legalizada son bastante rescatables, ya que se expande la idea de que ningún gobierno será capaz de resolver el problema social. Además, se agrega que un sistema – muy similar al que tenemos en la actualidad- que se rige en la propiedad privada y en la autoridad, por muy legítimo que intente imponerse este poder: siempre necesitará de la existencia de esclavos. Llámense peones, mineros, proletarios o simples consumistas de fin de semana. Entonces, se incrementa la idea de expropiación y de la disolución del Estado – supuesta alma social que todo lo regula, una especie de mercado del siglo XV-.

(Continuará...)

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