10/09/2006

En defensa del anarquismo (Parte II)

El ataque a la FAI y a la CNT fue cada vez mayor. Muchos anarquistas – incluidos Ascaso y Durruti – caen presos. Paralelo a esto, se gesta una satanización a los grupos anarquistas, sobre todo, por parte de la prensa conservadora que no se escapa mucho a la de estos tiempos. Porque, seamos francos, la mayoría de los medios de comunicación, en una acción que demuestra una preocupante ignorancia, desprestigian al anarquismo como filosofía política y desconocen la impresionante bibliografía que existe, desde lujosos libros – que deben encontrarse en esas ostentosas librerías que frecuentan - hasta boletines que no superan los quinientos pesos. Cabe señalar algo que se cruza con lo simpático.

Ascaso y Buenaventura, en una acción que condensaba de manera bastante precisa la rabia del creciente movimiento anarquista, acuden a la dirección del diario “La Vanguardia”, con el fin de que el medio aclare, sin eufemismos ni palabras ambiguas, el rol que estaba jugando en contra del desprestigio anarquista. Incluso, le ordenan al director que emita un comunicado que especifique que la FAI no tiene nada que ver con la delincuencia, argumento recurrente en ese ya lejano 1932. Además, amenazan sobre una inminente huelga general y acciones de masas cada vez más recurrentes.

Pero no todo era tan bonito y digno de novelas redentoras durante el año 1933. Mientras los campesinos y obreros seguían cantando Viva el Pueblo, el ejército español no planeaba – precisamente - técnicas novedosas de marchas militares. ¿En que andaban estos pilluelos? Aunque no se crea, gestaban el regreso del Rey, que había escapado, con el fin de resguardar su cabecita, que por cierto, peligraba.

Aunque sea necesario contextualizar, no podemos dejar de lado el pensamiento anarquista que se desarrollaba por esos años. Como decía en el texto anterior, se acentuaba la idea de que un sistema que se rige en la propiedad privada exige esclavos. ¿Solución? Expropiación de las propiedades – sobre todo las productivas ubicadas en el campo – y la disolución del Estado. Esto último, siempre es caricaturizado y utilizado como la debilidad más evidente del pensamiento anarquista. Puede ser, pero más allá de discutir su viabilidad – un paraíso que no se ve en vida también es dudoso – cabe conocer la implicancia en la praxis que tenía una idea de esta envergadura. Porque, claro, puede que sonara loco. Pero también lo era pensar en abolir el régimen feudal y terminar con las monarquías absolutas. El problema no es soñar, sino la forma en que se desenvuelve esa idea, que por cierto no deja de ser legítima.

Para seguir desglosando esta idea, lo esencial, que debe comprenderse, es el rechazo hacia el poder y sobre todo, la burocracia impersonal que genera un organismo como el Estado. El anarquismo no rechaza la organización y la democracia participativa, pero sí cualquier intento de desprender este derecho en base de organismos metafísicos y poco legítimos. Exacto, como el Estado. Pero sigamos con Durruti, que es el protagonista de este textillo.

Durruti estaba presenciando una época increíble, que fue mucho más que la antesala a la Segunda Guerra, idea que te hacen creer desde el colegio. Aunque no se crea, por primera vez en la historia, estaba tomando fuerza la idea – pensante – de instaurar el comunismo libertario. O sea igual que lo propuesto por Marx, pero sin instituciones que hicieran que el proceso de igualdad se retrasara. Continuemos.

Como dato anecdótico, cabe señalar que Durruti estuvo en Sudamérica, incluso, dentro de Chile, el año 1925. ¿Haciendo qué? ¿Filosofando con las plantas? No, sino que efectuando - mientras los militares iniciaban golpes y la aristocracia intentaba recuperar el orden perdido - el primer robo a un banco dentro del país. Muy lindo. Pero estábamos en 1932.

Junto a Ascaso, caen presos. ¿Motivos? Desde amenazas a la prensa hasta incitación a la violencia. Ascaso argumentaba que no era a ellos a quienes perseguían, sino a sus ideas, esas que no se diluyen con un par de jovencitos encarcelados. ¿Ideas? Por cierto, porque aunque Durruti sintiera casi animadversión por las palabras impresas, sí compartía algunos principios esbozados por el teórico Bakunin, que enfatizaba – sobre todo - la capacidad creadora que posee la clase obrera. Volvamos a la historia.

El 11 de enero de 1933, en medio de la segunda República, se produce la insurrección más emblemática propiciada por simpatizantes anarquistas dentro de España. Específicamente en Benalup-Casas Viejas, localidad de la provincia de Cádiz, Andalucía. Es conocida como “La insurrección de Casas Viejas” (no es muy original el nombre, pero trajo drásticas consecuencias).

Intentan, quizás embargados por el idealismo presente durante la época, instaurar el anarquismo a la fuerza, destituyendo al alcalde e intentando apoderarse de las armas presentes en la Guardia Civil de la ciudad. Como los sueños duran poco, el gobierno de Azaña, al saber de tal rebelión, envía tropas que ingresan disparando a todo lo que se mueve, fusilando sin mayores preguntas a todos los sindicados como responsables de iniciar dicha pequeña revolución.

Obviamente, estos hechos no pudieron ser ocultados, generando una conmoción que propicia la caída el gabinete de Azaña, permitiendo la llegada de una peligrosa derecha política (que gobierna de 1934 a 1935).

Durruti no sabía que hacer ante la nueva arremetida de ejes conservadores dentro de la política representativa. Porque, a pesar de su odio a las instituciones, comprendía que cederle todo el poder a una derecha cada vez más conservadora y cercana a reinstaurar sus privilegios arrebatados (sobre todo por la Constitución de 1931), no era la idea más inteligente. “Que cuando no votemos nos escucharán, si no votamos el otro lado nos aplastará. ¡Malditas elecciones si la voz rebelde se domesticó!” – dice un eufórico Durruti – por supuesto actuado – del documental que he citado de forma insistente.

El problema de este debate, es que a pesar de que se quiera negar – y Durruti lo sabía – la abstención de la CNT en las elecciones del 34 provoca la victoria de la derecha.

Uno de los argumentos, difundidos por la central anarquista, es el caso alemán. ¿Les sirvió votar? – decían-. Por otra parte, argumentaban que la revolución era suprimir el capitalismo y el Estado, no suprimir el capitalismo a través del Estado. Eran, conceptos e ideas incompatibles para ellos.

Además, la FAI y la CNT nunca confiaron en el partido socialista. Es célebre la frase de Gil Robles, símbolo de la derecha española, quien aseguraba que el partido socialista español jamás haría la revolución. “Le tenéis tanto miedo como nosotros” – afirmaba.

Ante la fracción de la izquierda, el 9 de Noviembre la derecha consigue la mayoría.

Durruti seguía pensativo. Entre medio de la polarización y la incapacidad de entendimiento, el mítico anarquista no buscaba pelear una batalla que sabía que iba a perderse. Para él, la unión, esa que es temida por bastos sectores poco cercanos al diálogo, era la única estrategia posible de combatir a una peligrosa derecha. Bajo esta premisa, se crea el Frente Popular, que gana las elecciones en 1936. La idea de Durruti era dejar las consignas de lado. O es la revolución o la guerra civil, ustedes deciden.

Las intenciones de la izquierda eran interesantes, sobre todo en el sentido de acelerar la reforma agraria, idea tan aborrecida por los anteriores gobiernos. Pero la derecha tenía algo que decir ante esta escalada progresista, al efectuar un Golpe de estado el 17 de julio de 1936 , protagonizado por el el ejército del norte de Marruecos y diversas guarniciones peninsulares. Este intento de desestabilizar la República fracasa, por lo que comienza la guerra civil.

Durruti protagoniza nuevas discusiones con la CNT y la FAI. Continuaba con su idea de la unión, una vía de conseguir una victoria ante el poderío de la derecha española. Muchos anarquistas proponían armar al pueblo, asaltar los cuarteles e inagurar milicias sin jefes y sin rangos. Esto puede sonar muy bonito y romántico, pero en la práctica no fue lo más eficiente. Durruti aspiraba a la mayor eficiencia, pero – le contra-argumentaban – los bolcheviques en nombre de la eficacia mataron la revolución.

“Dejemos que la revolución fluya por sus propios causes, incluso, independiente de la CNT y la FAI” – recitaba Durruti, intuyendo, que ciertas tácticas no estaban siendo las más adecuadas.

El 20 de enero de 1936 muere Buenaventura Durruti. Su fallecimiento nunca ha sido aclarado, circulando, cuatro hipótesis contrarias una de la otra.

La primera, dice que los comunistas – rivales a ultranza de la horizontalidad anarquista propiciada por las milicias – habría disparado en contra de Durruti. La segunda, afirma que una bala desde un Hospital Clínico controlado por los fascistas habría dado muerte al anarquista. La tercera, afirma que los mismos anarquistas le habrían disparado a Durruti, por su postura conciliadora hacia el bando comunista. La cuarta – la más difundida – asegura que Buenaventura habría tenido un accidente con su fusil. Escoja usted.

Hay tanto que se podría decir sobre la personalidad e importancia de Durruti. Podría santificarlo o intentar enfatizar en sus errores tácticos o en su aspecto conciliador, pero no. Me quedo con su capacidad de percibir, como pocos, esa sensación de que las cosas dentro de la sociedad no andan tan bien como muchos repiten con una soltura preocupante. A pesar de todas las certezas, que nos proponen estos valores ilustrados, siempre es necesario mantener esa actitud de sospecha frente a la vida. Mientras unos se empapan con las migajas de felicidad que casi nunca se pueden alcanzar, otros, como Durruti, dicen no, en innumerables ocaciones, argumentando que todavía es necesario y urgente comenzar a escuchar a las mayorías. Esas que siempre se mencionan pero que pocas veces se consideran dentro de decisiones trascendentales. Aunque siempre nos digan lo contrario, aunque nos repitan todos los días que sucede lo contrario.

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