10/30/2008

Disparando a los perros

Shooting Dogs, cinta inglesa de 2005 dirigida por Michael Caton Jones, basada en hechos reales, aborda de forma cruda y descarnada el genocidio al pueblo Tutsi a manos de sus rivales Hutu, en el país africano de Rwanda, en 1994.

La película focaliza su argumento en la historia de Joe Connor, profesor británico que decide viajar a Kagali, la capital ruandesa, para impartir clases en la escuela del padre Chistopher, inspirado en el sacerdote croata Vjeko Curic, quien murió asesinado debido a su rol activo en la protección de potenciales víctimas.

Shooting Dogs además expone, descarnadamente, lo inútil que puede resultar un organismo multilateral como las Naciones Unidas, quienes, en medio del cruento conflicto, se encuentran limitados a proteger solamente a los residentes europeos –por cierto blancos-.

Lo peor, sin embargo, es que por mando del sacralizado Consejo de Seguridad del organismo multilateral, se encuentran incapacitados de ejercer su poder disuasivo, que sea capaz de impedir el genocidio.

El mismo nombre de la película hace alusión al extraño papel que juega la ONU en el país africano: sólo están autorizados a dispararles a los perros. La metáfora es fuerte, ya que incluso, en una parte que roza con lo conmovedor, un grupo de tutsis le solicita formalmente al general Dalton, claramente inspirado en el general Dallaire, militar canadiense a cargo de la “misión” en Rwanda, que los maten a tiros, ya que no están dispuestos a morir a machetazos. La ONU señala que no puede hacerlo, por humanidad. Curiosa y triste ironía.

El largometraje tiene la particularidad que contar con una abierta colaboración de los sobrevivientes del genocidio, quienes realizaron un rol activo tanto a nivel de producción como delante de la pantalla.

Esta película viene a completar el ciclo iniciado por la notable película de Terry George de 2004 Hotel Rwanda y el emotivo documental de Roger Spottiswoode Shake Hands with the Devil, que aborda el progresivo estado de locura que experimentó el general Romeo Dallaire de la ONU, al terminar su traumática experiencia en el país africano.

La película, a grandes rasgos, es escalofriante. No por la calidad del guión –a todas luces limitado- o por la estructura dramática, lineal y sin mayores sobresaltos, sino por lo crudo del tratamiento de la historia: el odio irreconciliable entre dos pueblos condenados a convivir.

En Shooting Dogs hay sangre y bastante. Y no es una fascinación enfermiza por el morbo de su director, sino una apuesta honesta, que busca exponer un conflicto olvidado y minimizado por la llamada comunidad internacional, que hasta el final del conflicto –incluso hasta hoy- se mostró indiferente ante la magnitud de la brutalidad acaecida.

Los Hutus mataban con machetes, con palos, con sus manos ensangrentadas. Destrozaban los cráneos de los niños y violaban a las mujeres. Lo aterrador es que a nadie pareció importarle. La película trabaja bien esa tensión.

El filme asusta porque el genocidio a la tribu tutsi, que asesinó a más de 800 mil rwandeses –el 10% de la población-, perfectamente puede volver a ocurrir. Quizás no en Rwanda, donde las heridas aún continúan cicatrizando, sino en cualquier parte del planeta, en donde los beatificados organismos multilaterales no consideren prudente contribuir a la defensa de la paz y de los derechos humanos.

Lo que vive Joe Connor, interpretado por un irregular Hugh Dancy, enfrentado al dilema de continuar junto a su nueva familia africana o huir a su plácida comodidad occidental, es un dilema que refleja la incomprensible actitud internacional, quienes optaron por obviar el conflicto, antes de detenerlo, contando con los medios para hacerlo.

En relación a las actuaciones, podemos encontrar de todo. Por un lado, interpretaciones notables, como las realizadas por John Hurt en el papel de reverendo Chistopher. El longevo actor inglés, realiza un trabajo soberbio, con una actuación creíble y a ratos conmovedora, que logra transmitir al espectador toda la angustia y desesperación de un sacerdote que ve resquebrajarse poco a poco su fe ante tanta brutalidad e irracionalidad humana.

También realiza una interpretación destacada Dominique Horwitz, quien interpreta al impotente capitán Charles Delon, basado claramente en el general Dellaire, quien se ve atado de manos ante la indiferencia de sus superiores ante la masacre que presenciaba día a día en Kigali.

Hay que ver Shooting Dogs porque muestra lo peor del ser humano, el que es capaz de rezar apasionadamente, de saludarte con un cálido apretón de manos al divisarte en una esquina, ese que comparte contigo un agradable partido de fútbol. Pero que en la noche, no tiene la más mínima culpa de asesinarte a sangre fría, con un machete, sin ningún tipo de misericordia.

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