12/06/2005

¿El Último Ke Zierre en Chile?

El Último Ke Zierre en Chile

Junto a

Fiskales Ad Hok
Curasbún
Domingo 4 de diciembre de 2005
Estadio Victor Jara
18:00 hrs.

Hace cinco años, un buen amigo me dice: “Simón, escucha esto”. Era un disco llamado “Esperando al viento”. Le hice caso. Escuché el disco durante cinco días, sin detenerme. Era un grupo distinto. Seré franco: jamás los había escuchado. Mi repertorio musical no superaba algo de Dead Kennedys y muchos grupos argentinos. Me impresionó esa rabia inicial: “Enloquecido escupo, palabras sin sentido”. No podía asimilar ese tipo de letras. Eran tan violentas, tan agresivas. Quizás ya había escuchado esas temáticas, pero sí: cuesta mucho traducir textos de los Sex Pistols. Basta de incoherencias irrelevantes: había conocido a El Último Ke Zierre.

Es fuerte escuchar que un grupo que crece contigo venga al país. Porque aunque quiera minimizarlo: me perdí una importante cantidad de grupos fundamentales. Exacto, por una canalla confabulación cronológica, nací cinco años tarde. Esto me impidió estar en las tres visitas de La Polla Records o en los conciertos ramoneros. Pero no, ahora la historia sería distinta.

A fines de Octubre supe que El Último Ke Zierre venía a Chile. No lo dudé, apenas tuve el capital necesario, partí a comprar la entrada. No entraré en falacias: era predecible una situación caótica en el concierto. ¿Caótica? Sí. Lo que ocurre, es que existe una preocupante rabia acumulada, latente, que siempre se desencadena y explota en los conciertos. Se sintió en Misfits, se sintió y se vio en Sin Dios. Sí: pasó lo mismo en Reincidentes. Por lo que pensar que este concierto sería una bella expresión de nuestro amor y respeto a la cultura independiente sería una ingenua y estúpida utopía.

“Puta, no abren la puerta estos weones” – se escuchaba insistentemente ese 4 de diciembre. Se acercaba la hora pactada y las puertas seguían cerradas. No se si habrá sido una pésima táctica de la producción, intentando evitar una entrada masiva de punkies nihilistas, pero la masa de gente que estaba en las afueras de Estadio Victor Jara, no esperaba precisamente a que le cortaran su entrada. Dato curioso: mientras la impaciencia absorbía los poros de los asistentes, una micro de pacos (policías) pasa al lado de nosotros. ¿Respuesta? Una tonelada importante de botellas vacías de cerveza son lanzadas hacia los amigos tortugas. No cayendo en mentiras, pensé lo peor. No porque sea un cobarde innato, sino que existían motivos para que los guardianes del orden se molestaran. Miminizando la amenaza de un paco (policía), dispuesto a enfrentarnos, el suceso no pasó a mayores.

“Están abriendo las puertas” – grita un tipo pegado a la reja que impedía el ingreso al Estadio. Pocas veces he sentido una excitación tan intensa (de masas, ojo). Todas y todos los presentes comienzan a avanzar, con entrada y sin entrada. No sé como ni porqué las botellas de nuevo vuelan por los aires. Caen algunos vidrios amenazantes hacia la fila. La desesperación me nubla por unos segundos. Por unos preocupantes cuatro minutos pensé incluso en no entrar al concierto, cansado de tanto caos forzado, copiado de algún video de los Pistols. Visualmente era interesante: punkies saltando rejas, volando, unas dosis de sangre y unos vidrios rotos.

Claro, puede que sean elementos para un libro de Bukowski, pero para un concierto, molestan. Unas cinco personas trataban de romper la reja que impedía la entrada al recinto. Aún no me queda claro que ocurrió, pero una puerta se abre. La masa sigue avanzando, los vidrios siguen quebrándose. No puedo dejar de lado la sangre, que todavía estaba en la entrada. Me detengo en la puerta, viendo una chapita extraviada. Tenía un logo anti-nazi. Cuando me disponía a recogerla, un tipo me dice: “Qué te pasa gil culiao esa wea es mía, salpica aweonao” (Algo así como “Es mía”). Me impresionó la violencia y me preocupó esa extraña sensación de apego hacia irrelevancias materiales. Curiosidades de la vida.

Ya estaba adentro. Muchas cosas me confunden, pero todavía no entiendo como era posible que el Estadio ya estuviera semi lleno. Nos detenemos en las graderías y observamos hacia la cancha. Mucha gente, muchas caras conocidas. Lo que todavía me eriza la piel es La Polla Records de fondo mientras todos ocupaban posiciones. “La solución final” obligó a realizar un espontáneo pogo, lleno de alegría y algo de soberbia.

Al lado del escenario (costado izquierdo), me dispongo a escuchar a Curasbún. Banda difícil. Quizás mi rechazo a lo skinhead siempre me creará un prejuicio injustificado, pero hay algo que me desagrada en el sonido. No significa que suenen mal, pero no es un ritmo que llegue a emocionarme. Acá comienzo a notar un preocupante rebote, que impedía escuchar cualquier tipo de cuerdas vocales que generaran palabras. ¿Cuánto habrán tocado? No podría asegurarlo, pero no superó la media hora.

Mirando alrededor, se palpaba en el aire la ansiedad, la incredulidad de que algo así, tan impensado, tan fantástico, pudiera ser real. Sí, real. Estábamos en el concierto de El Último Ke Zierre. Suena extraño, pero era cierto. Sube al escenario Fiskales Ad Hok.

No entiendo el porqué de un repertorio tan largo. Puede que hasta sean leyendas pero eso no justifica el bordear la hora de sonidos acelerados. De nuevo: el sonido era macabro. Siempre el punk se ha caracterizado por sonar mal, por lo que no me extraña ni me molestan las guitarras acopladas, al contrario, me parecen necesarias, pero cuando esto ocurre por una pésima ecualización...en fin. Tocaron un par de canciones nuevas y muchos clásicos. Ver a Fiskales Ad Hok siempre será necesario, pero no los fuimos a ver a ellos, acá la fiesta la protagonizaban otros.

Un imponente afiche que sentenciaba “Municipio Punk Rock: El Último Ke Zierre” estaba dispuesto detrás del escenario. Las venas salían desde los brazos. Insisto: algo así no se creía.

Desde las sombras aparece El Último Ke Zierre. Estaban ahí: eran ellos. Todo el Victor Jara se empapaba de un orgasmo que todavía no deja de ser placentero. Ya nada podía detener ese momento único, irrepetible. No recuerdo con que parten, pero apenas siento esas guitarras no me detengo en destruir mis cuerdas vocales. Dejando la estupidez cómoda de las graderías, bajamos a cancha. Se escucha Veneno, Navajazos por un chándal, Amor Obrero. Escuché comentarios relacionados a que el repertorio estuvo “blandito”, en el sentido de que se privilegiaron muchas temáticas ligadas al amor. ¿Cuál es el problema? Al parecer o no se leen los textos o no se entienden. Eso es El Último Ke Zierre: un escupitajo desesperado que todavía intenta devolvernos esa humanidad perdida. Esas ganas de amar, esas ganas de llorar. Esa urgencia de vomitar todo lo que nos sigue pesando, todo lo que nos sigue asfixiando.

No puedo dejar de mencionar el tipo que prácticamente perdió toda la piel en el concierto. No vi como ocurrió la situación, pero sí aprecié la sangre que no paraba de fluir.

Quizás me habría gustado un repertorio parecido al Senderos de este infierno, recital que me sabía de memoria, pero estuvo cercano a la perfección.

Quejarse de la poca comunicación con el público y de una dicción deficiente (basta escucharnos) por parte de la banda sería innecesario. No deja de ser divertido que realmente no se entendía lo que decían entre cada canción (debe haber sido por la acústica, espero). Cuando ya se superaba en forma leve la hora de concierto los muchachos se bajan del escenario. Sólo un desquiciado se habría retirado del lugar. Vuelven para un bis, interpretando algunos covers, como el celebrado “Iros a la mierda”, de los míticos y legendarios Eskorbuto, la inesperada “Ciervos, corzos y gacelas” de La Polla Records y ya la predecible “Yo podría ser tu perro” del inmortal Iggy Pop.

Entre toda esta lluvia de poesía, también se escuchó “No tengo miedo”, uno de los temas más celebrados y más pedidos por la masa. Incluso, en medio del tema, Marihuana, vocalista de Curasbún, sube al escenario para acompañar en la interpretación.

Me gustaría que mi garganta todavía estuviera dañada, me gustaría que ese recital, tan esperado, tan hermoso, no pudiera detenerse. Pero no: estoy acá, frente a unas letras que siguen escribiéndose, tratando de inmortalizar uno de los días más curiosos y memorables de mi vida. A pesar de los inconvenientes podemos decir: “Estuvimos ahí”. Y eso me basta, esa soberbia pelotuda todavía me sigue consolando.

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