1/31/2006

¿¿Eso era rebeldía??


(Por Simón Ramone)


Me acuerdo de tu cara. Eras un niño alegre e inseguro. Te gustaban unas cartitas con diseños complejos. Tus días pasaban como los de cualquier infante de doce años: con miedos incrustados entre el aire que cada vez se hace más confuso.

Los segundos pasaban. Los años también pasaban. Me molesta decirlo, pero nunca fuimos amigos. No te entendía, me costaba mucho comprenderte. Quizás porque te parecías mucho a mí. Ver tus tartamudeos, tus bromas que poca gente valoraba y esa sensación de estar al margen: terminaba molestándome.

Te gustaba el fútbol, pero no tenías mucho talento. Me acuerdo que también tomaste una tabla. Ahí sí recuerdo esbozos de talento: pudiste hacer lo que yo nunca fui capaz de lograr: saltar una puta tabla.

No sé bien en que momento pasó, pero apareciste con unas cadenas. Me acuerdo que hicimos una representación de culturas urbanas en el colegio: tú hiciste de punk. ¿Te sentías cómodo? Espero que sí, aunque intuyo que nunca te agradó esos pesados accesorios. Todos querían ser distintos en esa época (siempre todos han querido ser distintos). Me acuerdo de esa obsesión por ser hip hop, gótico, punki. Ahí estábamos nosotros. Ahí estabas tú, lo tengo claro, pero me gusta incluirme en el relato.

“Escucha esto” – le dije – No se si fue un error. Si lo proyecto en el tiempo, claro, fue un error. Era un disco de La Polla Records. Curiosamente, te gustó el disco. Peor aún: te tomaste muy en serio el disco. “La llorona” terminó trastornándote. No eran palabrerías de pendejo: tus intenciones de vivir en el campo eran auténticas. Tiene sentido, porque nunca te gustó la gente, ni las fiestas, ni nada. Sé que trataste que te gustaran, pero no encajaste.

Fuimos a varios conciertos ese año. Mucho hardcore y algo de punk noventero. Insisto, ¿te sentías cómodo? Siempre me dio la impresión de que tenías puesto un maldito traje. Eso me inquietaba demasiado, me molestaba. Porque yo quería creer en ti, quería creer que juntos podríamos haber hecho algo más que buenas intenciones de niños incomprendidos. ¿Fallamos?

Los días del colegio pasaban. Lo más memorable, que recuerdo, fue cuando escribiste mal tu nombre en una prueba. Tu justificación fue certera. Las risas eran generalizadas. No entendían ese espontáneo gesto de rebeldía. Ni siquiera respetabas tu propio nombre, no te interesaba. De pronto: desapareciste. Nunca más te vi (nunca es un poco exagerado, ya te volvería a ver).

Te volví a ver. Ya no estabas en el colegio. Me propusiste formar un grupo: adelante. Nada de grupos extraños: toquemos punkrock. Te lo digo sin mentiras: lo intenté. Me habría gustado acompañarte, pero habían varias dificultades:

Primero: me echaste del grupo

Segundo: no tenía ni la capacidad ni la inteligencia musical para seguir un proyecto así.

Nuestros sueños se separaron. Escuché que te hiciste skinhead. ¿Skinhead? Vaya. No lo creo, estoy caminando por la esquina de tu casa: era cierto. Lo más preocupante es que no eras tú. O sea, eras tú, pero hablabas distinto, me mirabas con rabia, con distancia. De repente ocultabas tus ojos con unos anteojos.

Ahora sí que no supe nada de ti. Tuve que pedir un informante. Me dijo todas las peleas en las que la sangre te empapaba las mejillas. Me comentó tus estadías en la cárcel y las innumerables amenazas de grupos trasnochados. Te echaba de menos.

También supe que te enamoraste. ¡Muy bien!

(Dentro de la Laberinto, en Sin Dios) “Y él no viene?” – decía extrañado - Me respondió que estaba con la polola. Ver o no ver a un grupo español recordándole lo triste que era la vida no lo motivaba. Eso era rebeldía. Por días lo consideré un imbécil. Yo era el imbécil.

La vida es divertida. Tiene un humor perverso que todavía encuentro macabro. Hace unos meses te vi. Esta vez, estabas con pelo, sin bototos, sin suspensores y con una ancha sonrisa. Me dijiste que ya no más. No más; no más ilusiones políticas de 1800, no más sangre: no más punk. Mi corazón se quebró un poquito.

¿Tuviste miedo? No creo. Fuiste un valiente. Afrontaste la vida tal como se te presentó. Intentaste, sé que lo intentaste: botar todo esto que sigue siendo desagradable. Pero también te cansaste. Lo más diabólico de esto, es que todo lo que te molestaba, se seguía repitiendo, de forma calcada, en cada unas de las culturas que decían ser la salvación a no sé que cosa. Todo seguía siendo igual: todo seguía siendo igual.

Sigo con lo del humor perverso de la vida. Todavía me sigue dando vueltas tu reflexión final: "sabí que weón, soy más feliz bailando reggeaton, qué metido en tanta weá"

blog comments powered by Disqus