Director: Alejandro Jodorowsky
Año: 1970
(Por Simón Ramone)
Cabe señalar que no soy un conocedor de Jodorowsky. No me interesa la psico-magia ni menos me apasionan sus novelas de más de veinte lucas. Pero me intrigaba ver El Topo, sobre todo por la mitología que se ha generado en torno a la película. ¿Es necesario estar drogado para verla? ¿De verdad John Lennon “alucinó” cuando la vio a mediados de los setenta?
Si queremos entenderla, dejemos a un lado toda la cosmovisión hollywoodense que intenta imponer una cierta lógica a las tramas dentro de las películas. Ustedes entienden: protagonistas antagónicos, el típico conflicto, el clímax que te pone los pelitos de punta y el final redentor. Acá eso no se presenta. Es cierto, la película si está narrada cronológicamente, pero el bien y el mal no están tan marcados y los locos no son tan locos como parecen.
Si contara la trama sería un canalla, por lo que no me remitiré a su confuso argumento. Pero debo comentar algunos elementos interesantes.
Por ejemplo, esa necesidad de Jodorowsky de reírse de la aristocracia, pero ojo, siempre con estilo. En vez de estigmatizarlos con diálogos estúpidos y un odio hacia todo lo que no refleje sus joyas y diálogos banales, introduce, es cierto, diálogos estúpidos y un odio hacia todo lo que no refleje sus joyas y diálogos banales, pero lo focaliza en un pueblo subterráneo que busca liberarse de sus propias miserias. Por supuesto: El Topo los ayuda y les permite salir (los matan a todos, pero la intención es lo que cuenta, ¿no?)
Además, no deja de ser interesante la desacralización de todo lo católico dentro de el Topo. Desde curas ensangrentados empuñando escopetas cargadas hasta imágenes gigantes de Jesús Christ observando cada uno de los excesos de sus santos fieles. Lo más destacado, en este sentido, es la clásica ruleta rusa, utilizada dentro de la locura jorodowskyana para ejemplificar la fe ciega que poseen los dependientes de las ideas metafísicas. Varios mueren, pero no diré sus nombre.
No voy a mentir: la película no es una joya. Pero refleja que David Lynch no fue el primer cineasta en vomitar su locura. Confirma que Gus Van Sant no fue el primero en hacer cine sin pensar en el molesto que dirán. Tampoco Jodorowsky inventó la pólvora, pero estuvo cerca. Bien por eso.