El maestro George A. Romero está de vuelta. Después de haber denunciado el racismo, el consumismo –Dawn of the Dead- el belicismo –Day of the Dead- y recientemente la pobreza dentro de las sociedad industrializadas que murmullan opulencia y soberbia –Land of the dead- ha decidido reformular su propuesta mediante su nueva película: Diary of the Dead.
Ahora, uno de los padres de los zombies decide retomar su clásica estética de personajes de ultratumba, pero enfocando sus dardos criticones hacia la condición actual del periodismo en el mundo occidental, plagado de información basura y descontextualizada, que no consigue explicar las complejidades de los conflictos actuales, sobre todo, dentro de “catástrofes”, tan recurrentes por estos días.
La trama es simple. Un grupo de estudiantes decide llevar a pantalla, como proyecto universitario, un corto sobre zombies. Lo que no sospechan, es que la fantasía audiovisual que están recreando poco a poco se hace realidad, ya que comienzan a toparse con una decena de muertos que vuelven a la vida inexplicablemente. La gracia de esta nueva propuesta zombística es que utilizan un recurso audiovisual a lo Blair Witch, o sea, una cámara en primera persona como eje central del relato.
El problema, pese a lo interesante de la propuesta, es que no consigue recrear la tensión y la angustia de los personajes. Percepción incrementada por las pésimas actuaciones.
Sin embargo, lo rescatable de esta película es su particular defensa que realiza de las nuevas tecnologías, como canales legítimos de información –YouTube seguramente le pagó una buena suma de dinero a Romero-, que cuestionan y en muchas ocasiones superan las coberturas realizadas por los medios tradicionales.
Jason, el protagonista, quien documenta las escenas de zombies omitidas por los medios tradicionales, decide subir los videos de la incipiente aparición de muertos vivientes en todo el país, creando una red considerable de escépticos internautas, quienes se niegan a creer en la tranquilidad expuesta por las cadenas de televisión masiva.
Lo positivo del filme es que Romero se atreve a reinventar un género que ya ha asumido como propio, a través de un tema tan contingente como es la calidad del periodismo en momentos de crisis. Además, se valora la valentía de Romero de abandonar los grandes estudios y megas producciones, apostando por una productora independiente, que le da mayor libertad creativa, sobre todo a la hora de realizar el guión.
Buena película. No es lo más brillante de Romero, pero tiene el mérito de poner en el debate, a través de una propuesta, a simple vista inofensiva y limitada a un público circunscrito, un tema que debería interesarle a toda la ciudadanía, como es la calidad informativa que tenemos todos los días, que centra sus esfuerzos en delincuencia y crímenes pasionales y omite los conflictos subterráneos que se tejen día a día. En este caso, ejemplificado correctamente con una nueva invasión de zombies que, como siempre ocurre: pocos están dispuestos a reconocer su existencia.
Ahora, uno de los padres de los zombies decide retomar su clásica estética de personajes de ultratumba, pero enfocando sus dardos criticones hacia la condición actual del periodismo en el mundo occidental, plagado de información basura y descontextualizada, que no consigue explicar las complejidades de los conflictos actuales, sobre todo, dentro de “catástrofes”, tan recurrentes por estos días.
La trama es simple. Un grupo de estudiantes decide llevar a pantalla, como proyecto universitario, un corto sobre zombies. Lo que no sospechan, es que la fantasía audiovisual que están recreando poco a poco se hace realidad, ya que comienzan a toparse con una decena de muertos que vuelven a la vida inexplicablemente. La gracia de esta nueva propuesta zombística es que utilizan un recurso audiovisual a lo Blair Witch, o sea, una cámara en primera persona como eje central del relato.
El problema, pese a lo interesante de la propuesta, es que no consigue recrear la tensión y la angustia de los personajes. Percepción incrementada por las pésimas actuaciones.
Sin embargo, lo rescatable de esta película es su particular defensa que realiza de las nuevas tecnologías, como canales legítimos de información –YouTube seguramente le pagó una buena suma de dinero a Romero-, que cuestionan y en muchas ocasiones superan las coberturas realizadas por los medios tradicionales.
Jason, el protagonista, quien documenta las escenas de zombies omitidas por los medios tradicionales, decide subir los videos de la incipiente aparición de muertos vivientes en todo el país, creando una red considerable de escépticos internautas, quienes se niegan a creer en la tranquilidad expuesta por las cadenas de televisión masiva.
Lo positivo del filme es que Romero se atreve a reinventar un género que ya ha asumido como propio, a través de un tema tan contingente como es la calidad del periodismo en momentos de crisis. Además, se valora la valentía de Romero de abandonar los grandes estudios y megas producciones, apostando por una productora independiente, que le da mayor libertad creativa, sobre todo a la hora de realizar el guión.
Buena película. No es lo más brillante de Romero, pero tiene el mérito de poner en el debate, a través de una propuesta, a simple vista inofensiva y limitada a un público circunscrito, un tema que debería interesarle a toda la ciudadanía, como es la calidad informativa que tenemos todos los días, que centra sus esfuerzos en delincuencia y crímenes pasionales y omite los conflictos subterráneos que se tejen día a día. En este caso, ejemplificado correctamente con una nueva invasión de zombies que, como siempre ocurre: pocos están dispuestos a reconocer su existencia.