La adaptación de Peter Brook de El señor de las moscas, célebre novela de William Golding de postguerra, me dejó con un sabor amargo. Porque la propuesta del novelista es directa y sin tantos matices burlones, que desvían el fondo del mensaje. Pero mejor es explicar un poco de que se trata, para no caer en más ambiguiedades de las necesarias.
Un grupo de estudiantes, que no superan los 12 años, caen en una isla desierta, sin ninguna posibilidad de escaparse de ella. Poco a poco comienzan a conocerse, viéndose obligados a interactuar entre ellos, con el objetivo de formar una sociedad que les permita sobrevivir ante tal adversidad.
Como siempre, de la misma forma que se da en cualquier grupo humano de diversa naturaleza, comienzan a aparecer los conflictos de poder, en este caso, entre Ralph -quien ejerce un liderazgo más democrático y sensato- y Jack, quien se hace cargo de las cacerías, o sea, monopolizando el uso del alimento.
Además, este último intenta imponer su autoridad en base a la fuerza y a la carencia total de argumentos, generando, como es natural, una cantidad nada despreciable de adeptos.
En el medio queda el pequeño Piggy, el típico niño, joven y/o adulto ridiculizado por su aspecto físico, quien trata de imponer ciertos matices de sensatez en medio de escenario que poco a poco comienza a escaparse de las manos de los pequeños.
Lo triste de la película es que toda esa libertad, carente de adultos y de todas las reglas convencionales de las sociedades occidentales de donde provienen, comienza poco a poco a esfumarse, reproduciendo los mismos vicios y errores de esas grandes metrópolis.
La pregunta de Golding, más allá de hacer una apología a "la maldad" o a lo importante que son las leyes, que no deja de ser una lectura simplista de la película y del libro, es por qué siempre en las sociedades, sea cual sea su naturaleza, terminan primando no los argumentos sensatos, consensuados por la mayoría y que tienen cierto grado de legitimidad, sino los brutos, los improvisados y los violentos, que nadie busca pero que casi todos legitiman con un complaciente silencio.
Si quieres ver una película dura, descarnada, crítica y sobre todo, preocupantemente vigente, te recomiendo ver El señor de las moscas. Si la invitación te parece innecesaria y derechamente aburrida, siempre estará la posibilidad de ver más de algún refrito hollywodense. De esos nunca faltan.
Un grupo de estudiantes, que no superan los 12 años, caen en una isla desierta, sin ninguna posibilidad de escaparse de ella. Poco a poco comienzan a conocerse, viéndose obligados a interactuar entre ellos, con el objetivo de formar una sociedad que les permita sobrevivir ante tal adversidad.
Como siempre, de la misma forma que se da en cualquier grupo humano de diversa naturaleza, comienzan a aparecer los conflictos de poder, en este caso, entre Ralph -quien ejerce un liderazgo más democrático y sensato- y Jack, quien se hace cargo de las cacerías, o sea, monopolizando el uso del alimento.
Además, este último intenta imponer su autoridad en base a la fuerza y a la carencia total de argumentos, generando, como es natural, una cantidad nada despreciable de adeptos.
En el medio queda el pequeño Piggy, el típico niño, joven y/o adulto ridiculizado por su aspecto físico, quien trata de imponer ciertos matices de sensatez en medio de escenario que poco a poco comienza a escaparse de las manos de los pequeños.
Lo triste de la película es que toda esa libertad, carente de adultos y de todas las reglas convencionales de las sociedades occidentales de donde provienen, comienza poco a poco a esfumarse, reproduciendo los mismos vicios y errores de esas grandes metrópolis.
La pregunta de Golding, más allá de hacer una apología a "la maldad" o a lo importante que son las leyes, que no deja de ser una lectura simplista de la película y del libro, es por qué siempre en las sociedades, sea cual sea su naturaleza, terminan primando no los argumentos sensatos, consensuados por la mayoría y que tienen cierto grado de legitimidad, sino los brutos, los improvisados y los violentos, que nadie busca pero que casi todos legitiman con un complaciente silencio.
Si quieres ver una película dura, descarnada, crítica y sobre todo, preocupantemente vigente, te recomiendo ver El señor de las moscas. Si la invitación te parece innecesaria y derechamente aburrida, siempre estará la posibilidad de ver más de algún refrito hollywodense. De esos nunca faltan.